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.'En muy poco tiempo aquel sitio fue un brasero, una zarza ardiente.Los armarios, quetambin participaban de aquel sacrificio, empezaban a crepitar.Comprend que ellaberinto todo no era ms que una inmensa pira de sacrificio, preparada para arder conla primera chispa.-Agua, se necesita agua! -decaGuillermo, pero luego aada-: Y dónde hay agua en este infierno?-En la cocina, en la cocina! -grit.Guillermo me miró perplejo, con el rostro enrojecido por el furioso resplandor:-S, pero antes de que hayamos bajado y vuelto a subir.Al diablo! -gritó despus-, entodo caso esta habitación est perdida, y quiz tambin la de al lado.Bajemos enseguida, yo busco agua, t ve a dar la alarma, se necesita mucha gente!Encontramos el camino hacia la escalera porque la conflagración tambin iluminaba lassucesivas habitaciones, aunque cada vez con menos intensidad, de modo que las ltimasdos habitaciones tuvimos que atravesarlas casi a tientas.Debajo, la luz de la nochealumbraba plidamente el scriptorium, desde donde bajamos al refectorio.Guillermocorrió a la cocina; yo, a la puerta del refectorio, y tuve que afanarme bastante para poderabrirla desde dentro porque estaba atontado y entorpecido por la agitación.Sal por fin ala explanada, corr hacia el dormitorio, pero despus comprend que tardara demasiadodespertando a los monjes uno por uno, y tuve una inspiración: fui a la iglesia y busqula forma de subir al campanario.Cuando llegu, me aferr a todas las cuerdas, tocando arebato.Tiraba con fuerza y la cuerda de la campana mayor me arrastraba consigo359Umberto Eco El Nombre de la Rosacuando suba.En la biblioteca me haba quemado el dorso de las manos: las palmas anestaban sanas, pero me las quem deslizndolas por las cuerdas, hasta que se cubrieronde sangre y tuve que dejar de tirar.Pero para entonces ya haba hecho bastante ruido.Baj corriendo a la explanada, justo atiempo para ver salir del dormitorio a los primeros monjes, mientras a lo lejos sonabanlas voces de los sirvientes que estaban asomndose al umbral de sus viviendas.No pudeexplicarme bien, porque era incapaz de formular palabras, y las primeras que mevinieron a los labios fueron en mi lengua materna.Con la mano ensangrentada sealabahacia las ventanas del ala meridional del Edificio, cuyas lajas de alabastro dejabantraslucir un resplandor anormal.Por la intensidad de la luz comprend que desde elmomento de mi salida, y mientras tocaba las campanas, el fuego se haba propagado aotras habitaciones.Todas las ventanas del AFRICA, y todas las de la pared que unaesta ltima con el torreón oriental, brillaban con resplandores desiguales.-Agua, traed agua! -gritaba.En un primer momento, nadie entendió.Los monjes estaban tan habituados a considerarla biblioteca como un lugar sagrado e inaccesible, que no lograban darse cuenta de quese encontraba amenazada por un vulgar incendio, como la choza de cualquiercampesino.Los primeros que alzaron la mirada hacia las ventanas se santiguaronmurmurando palabras de terror: comprend que pensaban en nuevas apariciones.Meaferr a sus vestiduras, les implor que entendieran, hasta que alguien tradujo missollozos.en palabras humanas.Era Nicola da Morimondo, quien dijo:-La biblioteca arde!-Por fin! -murmur, dejndome caer agotado.Nicola dio pruebas de gran energa.Gritó órdenes a los sirvientes, dio consejos a losmonjes que lo rodeaban, envió a unos al Edificio para que abriesen las puertas, a otroslos mandó a buscar cubos y todo tipo de recipientes, y a los que quedaban' les dijo quefueran hasta las fuentes y los depósitos de agua que haba en el recinto.Ordenó a losvaqueros que usasen los mulos y los asnos para transportar las tinajas.Si esasdisposiciones hubieran procedido de un hombre dotado de autoridad, habranencontrado un acatamiento inmediato.Pero los sirvientes estaban habituados a recibirórdenes de Remigio; los copistas, de Malaquas; todos, del Abad.Pero, ay!, ninguno delos tres estaba presente.Los monjes buscaban con los ojos al Abad para que lesexplicara y los tranquilizase, pero no lo encontraban, y sólo yo saba que estaba muerto,o que estaba muriendo en aquel momento, emparedado en un pasadizo asfixiante queahora se estaba transformando en un horno, en un toro de Flaris.Nicola enviaba a los vaqueros en una dirección, pero otro monje, animado de buenasintenciones, los enviaba hacia la dirección contraria.Era evidente que algunos hermanoshaban perdido la calma; otros, en cambio, an estaban atontados por el sueo.Yotrataba de explicar, porque ya haba recobrado el uso de la palabra, pero debe recordarseque estaba casi desnudo, pues haba arrojado mi hbito a las llamas, y el espectculo deaquel muchacho en-, sangrentado, con el rostro negro de holln, con el cuerpo360Umberto Eco El Nombre de la Rosaindecentemente lampio, atontado ahora por el fro, no deba de inspirar, sin duda,demasiada confianza.Finalmente, Nicola logró arrastrar a algunos hermanos y otra gente hasta la cocina,cuyas puertas alguien haba abierto entre tanto.Alguien tuvo el buen tino de traerantorchas.Encontramos el local en gran desorden, y comprend que Guillermo deba dehaberlo revuelto de arriba abajo para buscar agua y recipientes con que transportarla.Justo en aquel momento vi a Guillermo que apareca por la puerta del refectorio, con elrostro chamuscado, el hbito humeante y una gran olla en las manos y me dio pena,pobre alegora de la impotencia.Comprend que, aunque hubiera logrado transportarhasta el segundo piso una cacerola de agua sin volcarla, y aunque lo hubiese logradoms de una vez, era muy poco lo que deba de haber conseguido.Record la historia deSan Agustn, cuando ve un nio que trata de trasvasar el agua del mar con una cuchara:el nio era un ngel, y haca eso para burlarse del santo, que pretenda penetrar losmisterios de la naturaleza divina.Y como el- ngel me habló Guillermo, apoyndoseexhausto en la jamba de la puerta:-Es imposible.Nunca lo lograremos.Ni siquiera con todos los monjes de la abada.Labiblioteca est perdida.A diferencia del ngel, Guillermo lloraba.Me arrim a l, que arrancó un pao de una mesa para tratar de cubrirme.Yaderrotados, nos quedamos.observando lo que suceda a nuestro alrededor.La gente corra de un lado para otro.Unos suban con las manos vacas y se cruzaban enla escalera de caracol con otros que, impulsados por la curiosidad, ya haban subido, yahora bajaban para buscar recipientes.Otros, ms despabilados, buscaban en seguidacacerolas y palanganas, para despus comprobar que en la cocina no haba suficienteagua.De pronto la inmensa habitación fue invadida por varios mulos cargados continajas; los vaqueros que los conducan cogieron las tinajas y trataron de llevar el aguaal piso superior.Pero no saban por dónde se suba al scriptorium, y pasó un buen ratohasta que algunos de los copistas les indicaron el camino; y cuando estaban subiendochocaron con los que bajaban aterrorizados.Algunas de las tinajas se quebraron y elagua se derramó, mientras que manos solcitas se encargaban de subir otras por laescalera de caracol.Segu al grupo y me encontr en el scriptorium: por el acceso a labiblioteca sala una densa humareda, los ltimos que haban intentado subir por eltorreón orienta] volvan tosiendo y con los ojos enrojecidos, diciendo que ya no podapenetrarse en aquel infierno.Entonces vi a Bencio.Con el rostro alterado, suba de la planta baja trayendo un enormerecipiente
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