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.El tercero era un hidalgo joven y bien parecido, bigotillo escaso y poco más de laveintena, que llevaba una venda en torno a la cabeza, y que al vernos aparecer en el patio selevantó con cara de sorpresa; la misma que pude advertir en el capitán Alatriste, quien sedetuvo junto al brocal del pozo mientras apoyaba, con gesto mecánico, la palma en el pomode su toledana. A fe  dijo el joven que Madrid es un pañuelo.Lo era.El capitán Alatriste y él se habían batido, sin conocerse los nombres, la mañanaanterior en las vistillas del Manzanares.Pero lo singular, averiguado ahora con granadmiración de todos, era que el joven reñidor se llamaba Lopito Félix de Vega Carpio, erahijo del poeta y estaba recién llegado a Madrid desde Sicilia, donde servía en las galeras delmarqués de Santa Cruz, en las que habíase alistado a los quince años.El mozo  frutoilegítimo, aunque reconocido, de los amores de Lope con la comedianta Micaela Lujánhabía peleado contra los corsarios berberiscos, contra los franceses las Hieres y participado en la liberación de Génova, y ahora hallaba en la Corte esperando que se resolviera elpapeleo su confirmación en el grado de alférez, y también, al parecer rondando la reja deuna dama.La situación era incómoda mientras Lopito contaba lo ocurrido sin omitirdetalle, padre, desconcertado, en su silla y con el regazo de la sotana eclesiástica lleno demiguitas de pan, miraba a unos y otros indeciso entre la sorpresa y el enojo.Pese a que elcapitán Contreras y don Francisco de Quevedo, tras la inicial sorpresa, terciaron con muybuenas razones y mucha política, culpóse mi amo contrariado y dispuesto a retirarse, seguroque su presencia no podía ser grata en aquella casa. Y sin embargo  decía Quevedo el mozo puede felicitarse.Cruzar su espada con elmejor acero de Madrid y sacar sólo un rasguño, es cosa de buena mano o de buena suerte.Confirmaba aquello Alonso de Contreras con muchas razones; que él había conocido aDiego Alatriste en los tiempos de Italia, apuntó, y daba fe de que no mataba sólo cuando noquería matar.Ése y otros discursos se sucedieron e un momento; pero mi amo, pese a todo,seguía atento.Inclinó cortés la cabeza ante el viejo Lope, empeñó su palabra afirmando quenunca habría sacado la espada de saber de quién era hijo su oponente, y dio media vueltapara ir antes de que el poeta abriese la boca.A punto estaba de sal cuando intervino Lopitode Vega.Permitid, padre, que se quede este caballero, dijo.Que no le guardaba rencoralguno porque riñó muy hidalgo y de bueno a bueno.Y aunque la cuchillada no fue elegante, que pocas lo son, no me dejó tirado como unperro.Vendó mi herida, y tuvo la cortesía de buscar quien me acompañara a un barbero.Sosegóse todo con aquellas dignas palabras, el padre del herido desarrugó el ceño,congratuláronse Quevedo, Contreras y Prado de la discreción del joven alférez, que decíamucho de él mismo y de su limpia sangre, volvió a contar Lopito el lance, esta vez con másdetalles y en tono festivo, y la conversación se hizo grata, disipándose los nubarrones que apunto habían estado de aguarle la sobremesa al Fénix y hacer incurrir en su desagrado a miamo; cosa que Diego Alatriste habría lamentado en lo más vivo, pues era gran admirador deLope y lo respetaba como a pocos hombres en el mundo.Al fin el capitán aceptó un vasode dulcísimo Málaga, hízose por todos la razón, y Lopito y él quedaron amigos.Aún habíande serlo durante ocho años, hasta que el alférez Lope Félix de Vega Carpio encaró sudesdichado destino, muriendo al naufragar su nave en la expedición de la isla Margarita [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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